La Davis. La Copa del Mundo. La ATP. El tenis…
Lo que vas a leer a continuación no está escrito en caliente.
Este no es un artículo redactado pocas horas después de que el equipo español (encabezado por un enorme e inconmensurable Rafa Nadal) conquistara las Davis Cup Finals (sacando el máximo provecho posible a su nuevo formato), ni tampoco horas después de ver y escuchar las reacciones de unos y otros ante semejante éxito. Este artículo no está escrito el día siguiente a que Roger y Sascha batieran un récord del mundo, en México, logrando la mayor asistencia de público (en un sólo partido) en la historia del tenis. No, tampoco está escrito con ese hito reciente, aunque sí está escrito, lo reconozco, habiendo interiorizado qué significa eso, lo otro, e incluso que un torneo tradicional como el Barcelona Open Banc Sabadell no opte por Kosmos (organizadora de la nueva Davis y que está en boca del todo el mundo), sino por Tennium, una empresa más pequeña y centrada en el tenis, para construir el Godó del futuro. Algo querrá decir, esto, aunque todavía no estoy seguro del todo.
Esta es una reflexión que surge tras compartir unas cuantas charlas con algunos compañeros de partidos, dobles y peloteos en mi club. Surge, también tras cruzar opiniones con algún ex-alumno y con unos cuantos aficionados con los que tengo el placer de conversar horas y horas en las redes sociales. Y a la conclusión a la que he llegado, tras escuchar a unos y a otros, tras conversar con todas ellas y con todos ellos, es simple: vivimos en una era de cambio y no tiene sentido resistirse a él. No tiene sentido resistirse, decía, porque lo único que no cambia es que vivimos inmersos en un cambio constante. Y debemos aceptar esta realidad.
Porque van a pasar cosas. Es más, algunas ya han empezado a pasar.
Ha pasado, por ejemplo, que la Davis se ha transformado y nunca volverá a ser la Copa Davis que fue. Nunca. Ha pasado, por ejemplo, que la Laver ya está en el calendario ATP (game, set & match, Mr. Roger Federer). Ha pasado que despedimos a la Hopman y esperamos la ATP Cup en enero. Cambia que los jóvenes que peleaban por ser la #nextgen, ya son la nueva generación (Zverev el año pasado y Tsistipas, en este 2019, se han coronado como Maestros). Cambia, también, que aunque los de siempre siguen siendo los que se llevan los majors en juego, ya todos hablan sin tapujos de su posible retirada (incluso hemos visto un conato de adiós – Murray -). Roger ya no echa balones fuera, Rafa reconoce que todo tiene un límite y que el suyo está cerca. Kei también se pone fecha de caducidad… pronto no estarán y eso, sí, será un cambio.
Vuelvo al principio: las personas cambian. La sociedad, así en general, lo hace. El circuito también. Vivimos en una era de nuevos rockstars en la que al tenis le cuesta traccionar el interés que generaba antaño. Una era en la que es más fácil llenar estadios para asistir a partidas de Fortnite o League of Legends, que hacerlo con una eliminatoria de la Davis. Una era en la que es necesario probar cosas y experimentar para ver hasta qué punto el tenis logra reconectar con la audiencia y, si me lo permites, especialmente con el público más joven. Porque al final, de lo que se trata, es de revertir el – evidente – envejecimiento de la masa de aficionados, captar nuevos, asegurar el relevo generacional para que este deporte perviva esta época, la de Federer y Nadal, como pervivió la de Agassi y Sampras, la de Lendl y Edberg, la de Borg y McEnroe, y tantas otras (si me pongo, no acabo, ya sabes).
Ojo,no se trata de revolucionarlo todo.
Ya, claro, la pregunta es evidente: ¿cómo lo hacemos? Supongo que se trata de darle al tenis un giro para llevarlo hacia el futuro. Cuando empecé a jugar a este deporte (me apuntaron a mi primer stage de verano hace – ya, uf – 36 años), todo el mundo vestía con ropa de color blanco (o pastel), acabábamos de dejar atrás la era de las raquetas de madera (imagínate que ahora alguien llegara y decidiera que, por volver a los básicos, quedaran prohibidas las raquetas de grafito, por ejemplo), y el silencio se respetaba al máximo (¿recuerdas el mítico «silencio, por favor…» que presidía todas las pistas de tenis de cualquier club?) así que resulta evidente que las tradiciones se pueden dejar atrás. Llevamos años haciéndolo. Y es que, nos guste más o menos, lo cierto es que no tiene sentido cerrarse a la evolución, porque esa evolución va intrínseca en el espíritu del deporte – ya sabes, con lo de «Más rápido, Más alto, Más fuerte» -.
Y, ciertamente, muchas cosas ya están cambiando. Como las finales NextGen, con sus normas tan peculiares como interesantes (creo que es el torneo más difícil de predecir de todos los que se juegan, y eso hace que, poco a poco, se vaya ganando un lugar en la atención de los fans). Cada vez existe mayor comunión entre deportistas y fans (consecuencia de vivir en la era de las redes sociales, probablemente). Así, hoy, puedes conversar con un entrenador de tácticas o puedes conocer cómo es el día a día de una tenista a través de sus redes e interactuar con total normalidad con ellos. Los torneos ya no se conforman con acoger tenis, ahora cada semana se esfuerzan más en resultar atractivos, no sólo por la calidad de los partidos, sino por todo lo que los rodea (las finales de la Davis van muy en esa línea, como la Laver, como los Grandes o los M1000). Sí, el show se tiene muy en cuenta, desde la presentación de los jugadores hasta los minutos de descanso o los espacios entre partidos. Y es que eso, el show, es lo que genera atención. Y la atención atrae inversión. Y la inversión mueve la rueda que convierte este deporte en un negocio de éxito. Y, al final, el éxito garantiza la pervivencia (te guste o no).

Por eso está bien cambiar. Por eso es necesario evolucionar. Por eso yo estoy con el nuevo formato de la Davis como estoy a favor de las NextGen Finals, por eso voto por introducir las nuevas tecnologías en el deporte o de modificar algunas de las normas clásicas (como la de no permitir el coaching). Porque creo de verdad que en la era digital en la que vivimos, en un momento en el que al tenis le resulta más difícil que nunca captar la atención masiva de los aficionados al deporte, en un momento en el que todos vivimos rodeados de estímulos (de todo tipo) constantes y en el que lo más fácil es hacer zapping o perderte en tu feed de Instagram, no está de más tener un producto atractivo, que evolucione, que cambie, que arriesgue, que sepa que lo de ayer no necesariamente es mejor que lo de mañana, aunque hoy, por el camino, perdamos – sí – algo de autenticidad.