No tenía un Grand Slam. No tenía aún el respeto de todos. Pero aquel día en Key Biscayne, André Agassi empezó a cambiar el relato. Te estoy hablando del 25 de marzo de 1990, hacía calor – por supuesto – en Miami y enfrente estaba Stefan Edberg, número 3 del mundo y campeón de Indian Wells hacía apenas dos semanas. El contexto era de revancha, sí, pero también de algo más profundo: Agassi necesitaba demostrar que su tenis iba más allá de ser, sólo, puro espectáculo.
Pero déjame empezar por el final: Agassi ganó en cuatro sets (6-1, 6-4, 0-6, 6-2) y levantó, bajo el sol de Key Biscayne, el título más importante de su carrera hasta entonces. Lo hizo con agresividad, con precisión, y con esa mezcla de talento descarado y control que solo él sabía combinar. Aquel día no solo ganó un título. Empezó a cambiar el lugar que ocupaba en el tenis… y el que ocuparía en la historia. Te lo cuento.
Un duelo de estilos, de tiempos y de ideas
Volver a ver aquel partido hoy – aquí puedes echar un vistazo a los highlights o, si tienes cuenta, al partido entero en TennisTV – es casi un ejercicio de nostalgia. El ritmo era otro. Las raquetas, otras. Pero lo que no tenían en potencia – visto, ojo, con los ojos de hoy – lo ganaban en pureza. En inteligencia táctica. En diversidad… Y, no te engañaré, me encanta.

Agassi imponía su estilo inconfundible: golpeaba en subida, devolvía desde dentro de la pista y dictaba desde el fondo con su derecha plana, seca, limpia. Abría ángulos con apenas mover el brazo. Edberg, elegante y vertical, respondía con su sello clásico: saque y volea, paso al frente, y una búsqueda constante de la red como zona de confort y ataque.

Fue, en esencia, una batalla entre el tenis del futuro – el de entonces – y el que ya empezaba a aceptar la etiqueta del pasado. Y ese día, en Miami, ganó lo que estaba por venir.
La victoria como punto de inflexión
Agassi no solo venció a Edberg. También ganó su propio partido a las dudas que lo perseguían desde 1989. Aquel año fue áspero, difícil, feo: demasiadas expectativas, pocas victorias de peso, y la sombra creciente de sus compatriotas —Chang, Courier— que ya sabían lo que era ganar grandes títulos.
Pero en 1990, algo cambió. La victoria en San Francisco, final en Indian Wells, y aquel título en Miami lo liberaron, de alguna forma, y supusieron un punto de inflexión. “Supongo que ahora ya no podrán decir que no gano los grandes partidos”, soltó tras la final, con esa media sonrisa que ya decía mucho más que las palabras.
Un partido que vale la pena recordar
Y es que sí, vivimos el presente porque nos encanta. Acabamos de dar por cerrada la era del Big 3 (o 4, qué sé yo) y ya apuntamos otros nombres. Pero a veces es bueno echar la mirada atrás y disfrutar de lo que nos ha llevado hasta hoy. Porque el tenis, sin esas figuras, nunca hubiera llegado a ser lo que es. Aquel tenis, más lento, más pausado, más pensado, más táctico, nos recuerda que sigue habiendo espacio para la inteligencia, para construir el punto, para jugar con el tiempo del rival. Incluso ahora. Incluso en esta era moderna donde todo pasa demasiado rápido.
Ese partido fue el inicio de algo para Agassi. A partir de ahí, vendrían finales de Grand Slam, batallas con Sampras, victorias en las pistas más grandes del mundo. Pero todo empezó un 25 de marzo de 1990, en una pista verde bajo el sol de Florida.
Déjame acabar con una pregunta: ¿Tú también recuerdas ese Agassi, o lo descubriste más tarde, ya con la cabeza rapada y la mirada más calmada? Parece que no, pero han pasado ya 35 años…









Deja un comentario